CONSTRUCTIVISMO... SER O NO SER...
…El aprendizaje como proceso
constructivo Junto a estos supuestos epistemológicos hay también razones de
orden psicológico para adoptar un enfoque constructivista en la enseñanza de
ciencias. Superada aquí también la glaciación conductista, paralela a la
anterior, no puede concebirse ya el aprendizaje como una actividad sólo
reproductiva o acumulativa. Nuestro sistema cognitivo tiene unas
características muy específicas que condicionan nuestra forma de aprender
(Pozo, 1996). Así, a diferencia por ejemplo de la computadora en que estoy
escribiendo, tenemos una capacidad muy limitada de trabajo simultáneo, o
memoria de trabajo, ya que podemos atender o activar muy poca información a la
vez. Pero además nuestra memoria permanente, la recuperación de lo que
aprendemos, tiene un carácter dinámico y constructivo: a diferencia de una
computadora somos muy limitados en la recuperación de información literal, pero
muy dotados para la interpretación de esa misma información. Si el lector
intenta recordar literalmente la frase que acaba de leer probablemente le
resulte imposible, pero no creo que tenga problemas para recordar su
significado, interpretando lo que acaba de leer en sus propias palabras, que
seguramente no serán exactamente iguales a las de otro lector, y desde luego,
no serán una copia del texto que acaba de leer. Paradójicamente el aprendizaje
escolar tiende a reclamar de los alumnos aquello para lo que están menos
dotados: repetir o reproducir las cosas con exactitud. Aprender no es hacer
fotocopias mentales del mundo ni enseñar es enviar un fax a la mente del alumno
para que ésta emita una copia, que el día del examen el profesor compara con el
original en su día enviado por él. Ésta es quizás la tesis central del
constructivismo psicológico, lo que todo modelo o posición basado en este enfoque
tiene en común: el conocimiento no es nunca una copia de la realidad que
representa (Delval, 1997), pero existen muy diversas formas de interpretar los
procesos psicológicos implicados en esa construcción, por lo que lejos de ser
un modelo único, existen diferentes alternativas teóricas que comparten esos
supuestos comunes, con implicaciones bien diferenciadas para el currículum de
ciencias (Pozo, 1996c; Pozo y Gómez Crespo, en prensa).
El constructivismo como nueva
cultura educativa.
Pero hay todavía otras razones
aún más importantes para reclamar este cambio cultural en la forma de aprender
y enseñar. Un sistema educativo, a través del establecimiento de los contenidos
de las diferentes materias que estructuran el currículum, tiene como función
formativa esencial hacer que los futuros ciudadanos interioricen, asimilen la
cultura en la que viven, en un sentido amplio, compartiendo las producciones
artísticas, científicas, técnicas, etc., propias de esa cultura, y
comprendiendo su sentido histórico, pero también desarrollando las capacidades
necesarias para acceder a esos productos culturales, disfrutar de ellos y, en
lo posible, renovarlos. Pero esta formación cultural se produce en el marco de
una cultura del aprendizaje, que evoluciona con la propia sociedad. Las formas
de aprender y enseñar son una parte más de la cultura que todos debemos
aprender y cambian con la propia evolución de la educación. La primera forma
reglada del aprendizaje, la primera escuela históricamente conocida, las «casas
de tablillas» aparecidas en Sumer hace unos 5000 años, estaba vinculada a la
enseñanza del primer sistema de lectoescritura conocido y dio lugar a la
primera metáfora cultural del aprendizaje, que aún perdura entre nosotros
(aprender es escribir en una «tabula rasa», las tablillas de cera virgen en las
que escribían los sumerios). Desde entonces, cada revolución cultural en las
tecnologías de la información y, como consecuencia de ello, en la organización
y distribución social del saber, ha conllevado una revolución paralela en la
cultura del aprendizaje (Pozo, 1996a), la más reciente de las cuales aún no ha
terminado: las nuevas tecnologías de la información, unidas a otros cambios
sociales y culturales, están dando lugar a una nueva cultura del aprendizaje
que transciende el marco de la cultura impresa y que debe de condicionar los
fines sociales de la educación y, en especial, las metas de la educación
secundaria. De una manera resumida podríamos caracterizar esta nueva cultura
del aprendizaje que se avecina por tres rasgos esenciales: estamos ante la
sociedad de la información, del conocimiento múltiple y del aprendizaje
continuo (Pozo, 1996a). En la sociedad de la información la escuela ya no es la
fuente primera, y a veces ni siquiera la principal, de conocimiento para los
alumnos en muchos dominios. Son muy pocas ya las «primicias» informativas que
se reservan para la escuela. Los alumnos, como todos nosotros, son bombardeados
por distintas fuentes, que llegan incluso a producir una saturación
informativa; ni siquiera deben buscar la información, es ésta la que, en
formatos casi siempre más ágiles y atractivos que los escolares, los busca a
ellos. Como consecuencia, los alumnos cuando van a estudiar la composición de
la materia, los movimientos de los planetas o la circulación de la sangre en el
cuerpo humano suelen tener ya conocimientos procedentes del cine, la televisión
o la información procedente de los medios de comunicación. Pero se trata de
información deslavazada, fragmentaria y a veces incluso deformada. Lo que
necesitan los alumnos de la educación científica no es tanto más información,
que pueden sin duda necesitarla, como sobre todo la capacidad de organizarla e
interpretarla, de darle sentido. Y sobre todo lo que van a necesitar como
futuros ciudadanos son capacidades para buscar, seleccionar e interpretar la
información. La escuela ya no puede proporcionar toda la información relevante,
porque esta es mucho más móvil y flexible que la propia escuela, lo que sí
puede es formar a los alumnos para poder acceder y dar sentido a la
información, proporcionándoles capacidades de aprendizaje que les permitan una
asimilación crítica de la información. Como consecuencia en parte de esa
multiplicación informativa, pero también de cambios culturales más profundos, vivimos
también una sociedad de conocimiento múltiple y descentrado. Siguiendo las
reflexiones de Ceruti (1991), la evolución del conocimiento científico sigue un
proceso de «descentración» progresiva de nuestros saberes. La descentración
comienza con Copérnico, que nos hace perder el centro del Universo, sigue con
Darwin que nos hace perder el centro de nuestro planeta, al convertirnos en una
especie o rama más o menos azarosa del árbol genealógico de la materia
orgánica, y se completa con Einstein y la física contemporánea que nos hacen
perder nuestras coordenadas espacio-temporales más queridas, situándonos en el
vértice del caos y la antimateria, los agujeros negros, y todos esos misterios
que cada día nos empequeñecen más. Apenas quedan ya saberes o puntos de vista
absolutos que deban asumirse como futuros ciudadanos, más bien hay que aprender
a convivir con la diversidad de perspectivas, con la relatividad de las
teorías, con la existencia de interpretaciones múltiples de toda información, y
aprender a construir el propio juicio o punto de vista a partir de ellas.
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