MOMENTOS DE EVALUACIÓN...

 


“…COMPRENDIENDO EL APRENDIZAJE Creemos necesario, para una mejor comprensión de las taxonomías, recordar elementos centrales de las distintas formas de aprendizaje, en coherencia con las grandes teorías sobre este tema. Con un fin práctico, entenderemos por aprendizaje lo propuesto por Shunk (2012): un cambio duradero del comportamiento o en la capacidad de comportarse, resultado de la práctica u otras formas de experiencia. El problema no sería la definición de aprendizaje, sino la interpretación de sus elementos constitutivos. En ese sentido se hace necesario presentar, aunque de manera breve, algunos aspectos clave de las tres grandes visiones que dan respuesta a la pregunta de cómo se aprende: el conductismo, el cognitivismo y el constructivismo (para una mayor revisión, ver, por ejemplo, Shunk, 2012).

La primera visión que abordaremos será el conductismo, que plantea que el aprendizaje sucede por una asociación. Desde la mirada del conductismo clásico, la clave está en la asociación entre un estímulo incondicionado y uno neutro, la que sucederá si se presentan varias veces de manera continua (primero el neutro), logrando una conducta similar a la del estímulo incondicionado. Desde el conductismo operante, el foco estará en un estímulo reforzador que fortalecerá la asociación entre un estímulo discriminante y su respuesta o conducta. En otras palabras, el docente debe atender no solo a la conducta esperada del estudiante, sino también a los estímulos ambientales, discriminando cuál es el causante de ese comportamiento, para asociarlo con otro o para que cuando se genere la conducta esperada, se produzca el estímulo reforzador adecuado para fortalecer la asociación. Para un profesor, la tarea determinante es ser consciente de las asociaciones que están sucediendo en el aula, y conocer a sus estudiantes para entregar los estímulos reforzadores adecuados.

Basado en el asociacionismo, Bandura propone una teoría (llamada “cognitivista social” o “socialcognitiva”) en la que no solo reconoce la importancia del ambiente y la conducta (y su determinación recíproca), sino de la persona que observa el ambiente (puede aprender sin necesidad de recibir el estímulo reforzador o castigo de manera directa) y que es capaz de autorregular su conducta. De esta forma, resalta la importancia no solo de los procesos sociales, sino también de la cognición, destacando el rol activo del estudiante. Al mismo tiempo, reconoce la relevancia, en el proceso de aprendizaje por observación, de la atención, la retención, la reproducción motora y la motivación, este último punto es fuertemente desarrollado tanto desde lo emocional como desde lo cognitivo. Además, destaca la importancia de la autoeficacia del estudiante (juicio construido a partir de sus experiencias previas en relación con su desempeño) en el logro o no logro del aprendizaje. Finalmente, el autor plantea que es fundamental tener clara la meta, y llegar a ella de manera progresiva, especialmente cuando es de alta complejidad. Sin duda Bandura es el puente entre el conductismo y el cognitivismo. El cognitivismo, basado principalmente en las teorías del procesamiento de la información, se focaliza en la importancia de esta, de su codificación adecuada, clasificación y organización, clave para guardar la información en la memoria de largo plazo, para luego rescatarla.

Se identifican procesos relevantes en el aprendizaje, como la atención, el uso efectivo de la memoria de trabajo, de las estrategias de incorporación y rescate de la información. Se logran identificar las diferencias de procesamiento de un novato versus un experto, del uso del espacio mental y de cómo un experto ocupará menos espacio en su memoria de trabajo, dejando mayor espacio para procesar información.

 El profesor tiene el desafío de trabajar con conceptos definidos de manera clara, considerar el orden del nuevo conocimiento buscando conectarlo con el conocimiento que ya tiene el estudiante. Desde este enfoque teórico emerge el conocido y necesario concepto de metacognición, destacándose la importancia de la autorregulación en el aprendizaje, en que el monitoreo y la evaluación de los nuevos conocimientos son determinantes para consolidar los nuevos aprendizajes. Por último, el constructivismo, enfoque representado principalmente por Piaget (una mirada más individual) y Vygotski (una mirada más social), focaliza el aprendizaje en el estudiante que construye su conocimiento de manera activa, en el que el ambiente seguirá jugando un papel relevante, tanto para que el estudiante vivencie directamente un conflicto cognitivo (conocimiento nuevo con conocimiento o esquemas previos) como para que actúen sus propios mediadores a través de pares o un profesor, facilitando el movimiento en la zona de desarrollo próximo (entre el desarrollo real y potencial que tiene cada estudiante), es decir, estimulando o permitiendo el aprendizaje.

Aquí el rol del profesor es clave para mediar la interacción del alumno con el ambiente y con las personas. También se reconoce la importancia del lenguaje como una herramienta que facilita la transformación del mundo interno. El profesor debe tomar conciencia de que cada alumno construye el nuevo conocimiento a partir de sus experiencias o conocimientos previos. Incluso debe saber que los conocimientos previos (difíciles de mover) influirán en la construcción de los conocimientos nuevos. Como se dijo al principio del capítulo, teniendo como base las teorías expuestas, la consideración del desarrollo y la necesidad de generar indicadores claros para evaluar el progreso de los aprendizajes ha surgido una serie de taxonomías y clasificaciones que ayudan a posicionar los aprendizajes en un continuo de complejidad y, de esta forma, definir si lo que estamos enseñando y evaluando es consistente con la edad y el desarrollo de nuestros estudiantes.

TAXONOMÍAS DE PROGRESO.  Una taxonomía es un marco de clasificación que refleja los patrones comunes de uno o varios aspectos de un organismo, sujeto u objeto y que se construye a través de la sistematización de múltiples observaciones que permiten generar tipologías a partir de dichos patrones o características (Enghoff, 2009). En el caso de las taxonomías de progreso, describen tipos de conductas, de aprendizaje y desempeños que deseamos que los estudiantes desarrollen o realicen; enumeran niveles genéricos de complejidad que pueden ser usados para clasificar e interpretar tanto los requerimientos de la tarea que se le solicitará al estudiante como la respuesta de este en dicha tarea (Hutchinson, Francis & Griffin, 2014).

Tienen como función determinar de forma precisa aprendizajes que deben ser logrados por los estudiantes, y son usadas para identificar diferentes etapas del desarrollo y del aprendizaje para así entregar una herramienta que permita distinguir resultados de aprendizajes particulares (O’Neill & Murphy, 2010). La principal ventaja de estas taxonomías es que por su carácter genérico pueden ser utilizadas en diferentes situaciones, sin embargo, tienen la de que pueden ser usadas de forma inapropiada malinterpretando la progresión de desarrollo y con esto, limitando el crecimiento de los estudiantes. Haremos énfasis en este aspecto más adelante. Se han definido distintas taxonomías en el ámbito de la educación escolar y universitaria. Las más conocidas y usadas en evaluación son la de Bloom, Englehart, Furst, Hill y Krathwohl (1956), que aborda tres dominios (cognitivo, afectivo y psicomotor); la revisión del dominio cognitivo realizada por Anderson et al. (2001); la de Marzano y Kendall (2007, 2008), que considera tres dominios (de conocimiento, de procesos mentales y de procesos psicomotores), y la S.O.L.O. (Biggs & Collins, 1982), que considera un escalamiento cuantitativo y cualitativo de los aprendizajes y se ha utilizado más para evaluar competencias en el contexto universitario.

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