LA ESCUELA Y LA CONSTRUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD...
La
escuela es concebida como una organización social, dispositivo instituido con
el fin de llevar a cabo la socialización y procesar un proyecto de enseñanza y
de aprendizaje, es decir que transmite conocimientos, socializa y forma de
acuerdo a la política cultural de cada época histórica; por su parte las
preocupaciones en torno al currículum se centran en considerar su función
social en tanto agente de transmisión y reproducción cultural, al definir qué
aspectos estarán representados en la escuela. En tanto proceso en construcción,
y al referir esencialmente a los conocimientos y las relaciones que con ellos
se establecen, el curriculum se transforma y transforma a los sujetos
produciendo sujetos sociales. Desde esta concepción procesual sería el
resultado de ideas y significados que le dan forma, de las operaciones a las
que se ve sometido, de las prácticas en condiciones reales, estructurales,
organizativas, materiales, y humanas.
La
lógica de la articulación es la que va a permitir abordar la relación entre lo
institucional y lo curricular no de manera uniforme y fija, sino desde un
proceso de indagación que va dando cuenta de relaciones construidas y mediadas,
es decir permanentemente deconstruibles y rearticuladles, donde los
intersticios habilitan espacios de fuga dentro de formatos aparentemente
inconmovibles. Es en esta lógica donde se cristalizan procesos de
subjetivación.
Importa
aquí reflexionar sobre la modulación de subjetividades en el espacio educativo,
a partir de considerar la trama escuela-currículum-subjetividad, partiendo de
la idea de que la escuela en su funcionamiento y en el modo particular en que
se crean relaciones entre sujetos, prácticas, rituales, discursos, entre otros;
construye imaginarios sociales e instituye determinadas subjetividades. Esta
articulación hace posible, entre otras cosas, analizar, comprender y realizar
desplazamientos en medio de cosificaciones que se han instituido socialmente en
el devenir histórico, y recombinar determinadas articulaciones según las
particularidades de los contextos y el juego de fuerza que las atraviesan,
permitiendo reflexionar y abrirse a interrogantes, tales como: ¿de qué modo se
combina la lógica de la cultura escolar y la lógica de las culturas que portan
los sujetos? ¿qué imaginarios se promueven? ¿cuáles son los modos de
subjetivación predominantes? ¿qué papel desempeña la escuela en la subjetividad
de los alumnos?, preguntas todas, que, sin ser abordadas en este trabajo,
constituyen el motor de nuestro proyecto de investigación, para pensar el lugar
de la escuela en el actual contexto, así como los nuevos sentidos del
currículum y su importancia en la constitución de las subjetividades.
Hablar
de subjetividad nos remite a la posibilidad de pensarla en su doble acepción,
subjetividad individual y subjetividad colectiva. La subjetividad individual
refiere a lo que es propio del sujeto singular. Implica un arreglo particular
de la pulsión, la fantasía, de la relación de objeto y del discurso del otro,
en la realidad psíquica del sujeto. Lo subjetivo, depende de él, y tiene valor
solo para él. Es lo no necesario, ni universal y se opone al objeto y a los
otros individuos.
Es
aquello que se le aparece al sujeto y puede ser irreal, ilusorio, aquello que
solo existe en el pensamiento o la imaginación. Por su parte, Fernández (2006)
alude a una subjetividad que no es sinónimo de sujeto psíquico, que no es
meramente mental o discursiva, sino que engloba las acciones y las prácticas,
los cuerpos y sus intensidades. Kaes (1984, citado en Bonanno, 1997) en sus
aportes desde el psicoanálisis de grupos considera que la subjetividad esta
apuntalada sobre la experiencia corporal, sobre el deseo del otro, sobre el
tejido de los vínculos, de las emociones y de las representaciones compartidas
a través de las cuales se forma el sujeto.
La
subjetividad colectiva da cuenta de aquellas representaciones sociales,
imaginarios colectivos, y componentes pulsionales que comparten los integrantes
de una época histórica y que constituyen una ficción dominante que hace lazo
social y es presentada como la realidad (Pachuk, 1998). En el mismo sentido,
para Edelman y Kordon (2011), cada periodo sociohistórico promueve modelos y
contenidos específicos, de modo tal que cada sociedad produce subjetividades
determinando las formas con las cuales se constituyen sujetos plausibles de
integrarse a sistemas que les otorguen un lugar y garanticen su pertenencia.
Entienden la subjetividad como las diferentes formas de sentir, pensar, y dar
significación y sentidos al mundo. Así la subjetividad de época es producto del
modo en que cada sociedad articula las condiciones materiales de existencia,
las relaciones sociales, las prácticas colectivas, los discursos hegemónicos y contrahegemónicos.
Las
autoras adhieren a la concepción de que el contexto social metafóricamente es
texto de la subjetividad, ya que el sujeto es por definición un ser social que
se constituye como tal en el interior de un vínculo intersubjetivo y en la
experiencia social. Es decir, cada sujeto adviene a un mundo material, a un
discurso y sistema ideológico, a enunciados dominantes o a una forma de nominar
lo real. En este sentido es que Aulagnier (2007) nos habla del contrato
narcisista, por el cual el sujeto se compromete a ser transmisor de los
enunciados fundamentales de una cultura a cambio de ser reconocido en su
pertenencia social. A partir de lo enunciado podemos decir que la subjetividad
corresponde simultáneamente al sujeto individual y al conjunto, aunque no
existe una correspondencia lineal entre ambos aspectos. Fernández (2006) señala
que lo colectivo es el sujeto de lo individual y agrega que “las configuraciones
colectivas (…) crean condiciones de posibilidad de una situación de producción
de subjetividad, instala modalidades de acción, de imaginación, de afectación,
de vinculación…” (2006: 261).
De
cualquier manera, siempre queda del lado del sujeto la posibilidad de
reinventar lo establecido, el resto o exceso que no se incluyen en lo
instituido, y que constituye para el sujeto líneas de fuga posibles. El proceso
de constitución de la subjetividad se da en la relación e intercambio con los
otros sujetos. Es decir que se construye en la trama intersubjetiva, desde las
experiencias infantiles tempranas, en la pertenencia obligada a los vínculos.
La subjetividad se da dentro de una matriz vincular.
El
sujeto por tanto es sujeto del vínculo, ya que su constitución se realiza en la
bidireccionalidad vincular. Para Bernstein y Puget (1998), todo vínculo es
condición necesaria la presencia de un referente externo. Los vínculos son
producidos y a su vez producen diferentes tipos de subjetividad. Bianchi (1998)
refiere a la exigencia de trabajo psíquico necesario para la construcción de la
subjetividad, por esta imposición del otro, en un doble status de objeto y
sujeto. En términos genéricos no es estática, sino que está sujeta a continuas
transformaciones.
La
noción de subjetividad, ajustada al sujeto del vínculo en permanente
construcción, está ligada a la noción de aparato psíquico abierto (Puget,
1998). Esta es una subjetividad en la que cada irrupción del otro, cada
avasallamiento y dominación, enfrenta a una puesta a prueba que reclama una
nueva apropiación para poder ser y pertenecer. Según Fernández (2006) la
subjetividad se produce en el ente, con los otros, siendo por tanto un nudo de
múltiples inscripciones, deseantes, históricas, sexuales, psíquicas, materiales
etc. En esta posición el término producción, remite a considerar lo subjetivo
básicamente como proceso, como un devenir en permanente transformación y no
como algo ya dado.
Este
marco conceptual propone el desafío de pensar la subjetividad en la
articulación de los modos sociales de sujeción y su resto no sujetado. Se
trataría de pensar una dimensión subjetiva que se produce y es en acto y que
constituye sus potencias en su propio accionar. Para la autora es de vital
importancia entonces, diferenciar la conceptualización foucaultiana de modos de
subjetivación, de la idea de producción de subjetividad. Los modos de
subjetivación son formas de dominio, pero siempre se mantiene un resto o exceso
que no puede ser disciplinado y produce diferentes formas de malestar. Desde
allí se pueden establecer líneas de fuga, posibilidades de invención, de
imaginación radical, de transformaciones que alteren o rompan con lo
instituido, de esto se trataría la producción de subjetividad.
En
este sentido, las acciones autogestivas han sido experiencias de permanente
producción de subjetividad ya que los sujetos que en ellas participan inventan prácticas
de trabajo, formas de vivir, de relacionarse y en suma de afectarse, muy
distintas a las ya dadas. A partir de lo anterior entonces, concebimos al
sujeto como un sujeto del inconsciente subordinado a una instancia que lo
sujeta a otro orden, deviniendo en un sujeto escindido; así mismo como un
sujeto socio histórico, que si bien esta sujetado por los dispositivos de
época, no se haya totalmente determinado, dado que también es un sujeto con
capacidad de afectarse a sí mismo.
Esto
es lo que Foucault (2010) denomina las tecnologías del yo como prácticas u
operaciones que ejecutan los propios sujetos sobre si mismos (verse, juzgarse,
examinarse, narrarse etc.) para alcanzar una transformación de sí.
El
papel de las escuelas y el currículum en la producción de subjetividades ha ido
cambiando a lo largo de la historia. En términos generales podemos decir que en
su carácter de instituidos operan como organizadores de sentido de los actos
humanos, logrando mayores grados de cohesión. El dispositivo que la escuela de
la modernidad instauró tenía una representación acerca de lo que son los
sujetos y lo que debían ser. La escuela funcionó como una institución que
transmitía, por medio de un conjunto de conocimientos y saberes, e incluso por
la misma forma de la relación pedagógica, un conjunto general de normas,
valores y hábitos de la sociedad. Así los niños abandonaban poco a poco la
formación particular de sus familias y paulatinamente accedían, vía la
mediación de sus maestros, a la cultura universal y a los desarrollos de las
ciencias, lo que los constituía, mediante un proceso de internalización, en
ciudadanos.
Según
esta concepción, se formaba en una misma acción actores sociales integrados,
sujetos autónomos, seres racionales y libres. La escuela desarrollaba un
proceso de socialización institucional transformador de los valores en normas,
y las normas en personalidades. Por ello la educación, la organización escolar
y el currículum debían asegurar simultáneamente la integración social y la
promoción individual. Es decir que se identificaba la socialización, la
formación de actores sociales, la subjetivación y la producción de sujetos como
una continuación de procesos. Ello es la razón por la cual las sociedades
modernas han apostado durante tanto tiempo a la educación y a las funciones
socializadoras y liberadoras del saber (Dubet y Martuccelli, 1998). Foucault
(1987) quien estudia la manera en que los dispositivos disciplinarios modernos
se articulan con el fin de producir un tipo de mentalidad acorde con
determinadas condiciones culturales, plantea que la subjetividad es el
resultado de las inscripciones que estos dispositivos dejan en los sujetos.
Los
espacios cerrados de las instituciones disciplinarias (familia, escuela,
hospital, etc.) moldean las acciones de los individuos; normalizan y evitan el
comportamiento desviado. Este proceso de subjetivación se inicia en el cuerpo,
que constituye la superficie donde las instituciones imprimen sus disposiciones
normativas, y a partir de esto, entra en el circuito disciplinario donde el
tiempo, el espacio, la combinación de fuerzas, la mirada y la sanción se tornan
estrategias para su vigilancia y control. Es decir, con la producción del
cuerpo normalizado y con su modelación se pretende establecer una vía a partir
de la cual se pueda gobernar el alma del sujeto.
El
mecanismo privilegiado por los dispositivos disciplinarios, para gobernar el
alma, la interioridad del individuo, radica en la inscripción, proceso en el
cual los distintos elementos naturales, humanos y no humanos, situados en el
exterior, dejan marcas que construyen la subjetividad. Efectivamente,
prisiones, talleres, escuelas no son más que aparatos de inscripción sobre los
cuerpos cuyo objetivo no es la creación de un cuerpo en sí mismo sino la
producción de almas o espíritus.
En el
proceso de escolarización los sujetos están afectados por este proceso de
inscripción que se da a partir de la cuadriculación del espacio, de quienes
ejercen la vigilancia y de quienes ejecutan la sanción, de esta manera la
subjetividad al infante le viene desde el afuera, a través de órdenes,
normativas y disposiciones que son incorporadas como si fuesen propias. Según
Doménech y Tirado (2001) las instituciones modernas despliegan dispositivos que
permiten la inscripción en la materialidad del cuerpo “…el cuerpo es esa suerte
de tejido que puede ser modelado, trabajado, inscrito con hábitos y normas,
inscrito con gestos que duren más allá de las paredes de la institución, es
decir, grabado en la historia…El método para la inscripción es la disciplina…”
(2001: 195). Así de las marcas en el cuerpo a las inscripciones en el alma,
este cuerpo-alma se convierte en la nueva superficie donde se escribirá la
historia del individuo.
El
currículum, entendido como dispositivo de transmisión y reproducción cultural,
social, política e ideológica, selecciona aspectos de la vida y de la sociedad
que estarán representados en la escuela. Así el currículum es el resultado de
una selección, de un universo más amplio de conocimientos y saberes, es el
ámbito donde se discute qué conocimientos han de ser enseñados es decir que
conocimientos o saberes son importantes y válidos y por lo tanto merecen ser
considerados. Su propósito deliberado y manifiesto es la formación y el
desarrollo en los alumnos y alumnas de una conciencia, una moral que les
permita definirse como un tipo subjetivo determinado. Desde una concepción
crítica y procesual está siempre relacionado con los conocimientos que
circulan, y con los sujetos que lo construyen, es decir que el currículum en
tanto proceso en construcción, se transforma y transforma a los sujetos
produciendo sujetos sociales.
Podemos
decir que siempre es el resultado de las operaciones a las que se ve sometido,
de las condiciones reales de su desarrollo, de las prácticas en condiciones
estructurales, organizativas, materiales y humanas que le dan forma. Así, al
decir de Magendzo y Donoso (1992), el carácter formativo del currículum va más
allá de su manifestación explícita, y reside en la transmisión de mensajes
implícitos arraigados en la cultura escolar. Los procesos curriculares, tienen
una fuerte injerencia en la construcción de un orden simbólico hegemónico desde
los saberes que va instituyendo en cada momento histórico, en la medida que
produce visibilidad y enunciación de algunos elementos culturales en detrimento
de otros.
Da
Silva (2003) señala que el campo del currículum refiere a las “formas para la
mejor organización de experiencias de conocimiento dirigidas a la producción de
formas particulares de subjetividad […] El currículo está involucrado en la
formación de sujetos particulares. Las teorías de currículum están involucradas
en la búsqueda de la mejor forma de producirlos” (2003: 5), así lo que la
escuela enseña o deja de enseñar marca fuertemente a los sujetos.
En la
modernidad, según Palamidessi (2004), se configura una pauta curricular que se
extiende a lo largo del mundo en los Estados Nacionales. Se apuesta a una
formación de la razón, con acento patriótico y nacionalista privilegiándose una
determinada selección de saberes y prácticas que excluye y desplaza
conocimientos y lenguajes locales y populares, imponiéndose un nuevo universo
de significados, prácticas y nuevas autoridades culturales. Es decir que en ese
momento histórico, la escuela fue una de las instituciones que instituyó con
fuerza lo que Castoriadis (1983) entiende como imaginario social efectivo
(instituido), que demarcó las reglas culturales de la modernidad, lo lícito y
lo ilícito, lo bello y lo feo etc., a partir de lo cual se constituyeron
efectivamente las subjetividades, forjando modalidades relativamente estables y
organizadas de pensamiento, sentimiento y acción frente al objeto de
conocimiento y al acto de aprenderlo, lo que constituiría al decir de Pichón
Rivière (1971) una matriz o modelo de encuentro con el mundo.
Los
procesos de socialización de las nuevas generaciones en el nuevo contexto están
rodeados y enmarcados por nuevas valoraciones y actitudes. Numerosas
significaciones sociales fundantes de la modernidad y constitutivas de nuestros
saberes parecen sufrir importantes alteraciones generadoras de auténticas
crisis de desapuntalamiento de nuestras prácticas y enunciados (Bozzolo y
otros, 2008). Podríamos hablar de una crisis en la configuración de los valores
que legitimaron la vida social en la modernidad, y de la elaboración de una
nueva matriz altamente influenciada por los modelos presentes en los sistemas
de comunicación globalizados, el consumo, las tecnologías audiovisuales y las
industrias del espectáculo, entre otros, que exhiben nuevos estilos de vida,
modos de ser y actuar, que hoy revisten gran importancia en la modulación de
las subjetividades.
Para
Castoriadis (1983) el desorden social se despliega cuando aparecen nuevos
organizadores de sentidos que remiten a lo imaginario social radical,
instituyente de nuevos sentidos, con potencialidad de transformación de las significaciones
imaginarias sociales. En este marco la escuela y el currículo, antaño espacios
principales de socialización, al decir de algunos autores, desde hace bastante
tiempo ya, han perdido poder de afectación (Duschatzky y Corea 2002; Lewkowicz
y Corea 2004).
Se
observa una disociación entre el discurso institucional de la organización
escolar apuntalado en el orden simbólico moderno, y los actores sociales que la
habitan actualmente. Pareciera que los discursos y las prácticas de la
institución van por un lado y, las aspiraciones, deseos y búsquedas de los
alumnos y la sociedad en su conjunto, por otro. Tal como señala Tenti Fanfani
(s/f: 2) “en las condiciones actuales del desarrollo social (globalización,
incorporación creciente de conocimiento científico y tecnológico en la
producción, desigualdad en la distribución del ingreso, exclusión social, nuevos
actores sociales y nueva conflictividad social, multiculturalismo, etc.) hace
cada vez más probable el advenimiento de la distanciación del mundo social.
La
subjetividad tiende a no coincidir con la objetividad. Esta realidad va de la
mano con el aumento de la incertidumbre a nivel individual subjetivo y social”
Es así que la fabricación de actores sociales y de sujetos no surge ya
armoniosamente y como el producto de una dinámica institucional en la cual cada
actor seguía los lineamientos correspondientes a su nominación social. Los
individuos ya no se forman en el aprendizaje de los roles propuestos, sino más
bien en las disímiles formas de manejo de sus experiencias escolares y no
escolares, combinándose y articulándose diferentes lógicas: la integración de
la cultura escolar, la construcción de estrategias sociales y el manejo
subjetivo de los conocimientos y las culturas que portan (Martucelli, 2007).
Es
decir que la vida de los sujetos en despliegue fuera de la escuela tiene
fuertes implicancias en su constitución, pues se socializan a través de
diversos aprendizajes y se constituyen como sujetos a partir de su capacidad
para manejar esas experiencias en un devenir atravesado por múltiples
dimensiones significantes. En este sentido, las vivencias entre pares, las
vinculaciones afectivas, los propios deseos, las frustraciones sentidas, los
desengaños y los éxitos, participan marcadamente en la formación. Por ello se
convierten en protagonistas de su propia formación, la cual ya no es solo
inculcacion, sino que más bien se construye como un trabajo sobre el sí mismo.
Para
interpretar un elemento o dimensión de la sociedad se requiere una representación
relacional, de modo que la contribución de la escuela en la conformación de las
subjetividades es preciso analizarla, en el marco de las relaciones que
mantiene con otros espacios de socialización, en especial la familia, los
medios de comunicación y los consumos culturales masivos, las iglesias,
etcétera. Las profundas transformaciones en la estructura y funciones de la
familia, la omnipresencia de los medios de producción y circulación de
productos simbólicos, junto con los procesos de base que los sustentan
(urbanización, desarrollo científico y tecnológico, globalización, expansión de
la lógica del mercado, transformaciones en el trabajo y la estructura social
moderna) obligan a renovar la mirada sobre la escuela y su contribución a la
socialización de los niños y adolescentes de este fin de milenio.
Desde
lo curricular, es posible observar que, a pesar de las grandes transformaciones
sociales, las políticas curriculares siguen operando desde un saber
técnico/instrumental y los aportes que se adoptan están más al servicio de las
demandas y necesidades económico administrativas, que a la discusión de un
proyecto político abierto, que de espacio a los sujetos para pensar las
creencias, costumbres, valores, disciplinas, que merecen ser seleccionadas en
el marco socio histórico actual. Al decir de Da Silva (1995: 131) “el currículo
es uno de esos elementos sujetos no solamente a las definiciones consensuales y
a las reglamentaciones estatales sino también al peso de sus propias
determinaciones”.
La
mayor descentralización, y autonomía jurisdiccional e institucional en la
selección y organización de lo que se enseña, vigente en la Argentina desde las
décadas del 80 y 90, propicia un espacio de creación y libertad para que los
sujetos reflexionen sobre la posibilidad de pensar nuevas propuestas educativas
atendiendo a las problemáticas socioculturales. No obstante, esto no parece ser
aprovechado para matizar las pautas curriculares imperantes, observándose en
general ausencia de debate y problematización en las escuelas.
Actualmente
el mayor diferenciador de las propuestas curriculares está dado por la
condición socio económica de origen de los alumnos resultando en circuitos
diferenciados de formación, donde el conocimiento escolar es distribuido en
forma desigual generándose una polarización entre una escuela pobre para
alumnos pobres y escuelas ricas para niños ricos. Ello denota que la huella que
la escuela y el currículum dejan en los sujetos es diversa en función de la
institución escolar de la que se trate. Además de las particularidades que
cobra el proceso la producción de la subjetividad en la escuela en función de
cada realidad institucional, otro de los condicionantes es la realidad
individual.
Podemos
decir que ésta se consuma a partir de un encadenamiento de operaciones
realizadas por los sujetos para “vivir” dentro de un dispositivo y una
situación, para permanecer dentro de una institución de la sociedad y la
cultura (Lewkowicz y Corea, 2004). El conjunto de estas operaciones, que el
sujeto realiza a través de un sin número de prácticas y de usanzas, instituiría
entonces la subjetividad.
PENSANDO
LAS SUBJETIVIDADES HOY: EL PAPEL DE LA ESCUELA Y EL CURRÍCULUM
Beatriz
Edith Pedranzani, Liliana Marisol Martin, Carlos Rubén Díaz
bepedran@unsl.edu.ar. Universidad Nacional de San Luis República Argentina
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