CONSTRUCTIVISMO ¿ALGUNA DUDA?
“…Por todo ello, sin posibilidad
de participación efectiva por parte del alumno no hay tampoco posibilidad de
creación de ZDP ni de intervención en ellas. El que los alumnos participen
efectivamente en las situaciones de aula depende, sin duda, de muchos y muy
distintos factores, que no podemos enumerar en su totalidad. Sí podemos, sin
embargo, aislar algunos de los que, por lo que sabemos, resultan
particularmente decisivos a este respecto: el tipo de contenidos que se
prioricen en el trabajo en el aula, el tipo de actividades que se realicen, su
nivel de complejidad, las posibilidades de opción entre ellas y en su interior,
los materiales y recursos de apoyo, las normas de funcionamiento globales del
aula, y algunos aspectos de la actuación concreta del profesor en el desarrollo
de las clases. Así, trabajar de manera casi exclusiva contenidos conceptuales
despojados de su base experiencial y funcional puede tener como efecto
inmediato el impedir la participación y la implicación adecuada en el proceso
de muchos alumnos, que podrían, sin embargo, tener muchos más recursos e
instrumentos desde un enfoque más procedimental o actitudinal de los
contenidos. Igualmente, plantear actividades de un único tipo (como basar
prácticamente siempre la actividad en el aula en la explicación magistral, o
prácticamente siempre en actividades muy abiertas en que los alumnos tengan muy
poco apoyo y necesiten recursos y capacidades de actuación autónoma muy
elevadas, o prácticamente siempre en la realización individual de fichas tras
una explicación) puede dejar fuera de la posibilidad de participación a
aquellos alumnos que, por alguna razón, tengan más dificultades ante ese tipo
de actividades concretas. De la misma manera, el nivel de dificultad de la actividad es
decisivo para posibilitar la participación de los alumnos: una explicación del
profesor puede, con un nivel de complejidad determinado, ser una magnífica
fuente de información para los alumnos y dar lugar a un proceso de reflexión,
debate y discusión en el que se impliquen y participen muy activamente; con
otro nivel de dificultad, la explicación dejará automáticamente fuera de la
posibilidad de participación a buena parte de los alumnos o prácticamente a la
totalidad. Diversificar los tipos de actividades, posibilitar que en un momento
dado los alumnos puedan elegir entre tareas distintas, plantear en algunos
casos actividades con opciones o alternativas internas o con diversos niveles
posibles de ejecución final, constituyen, desde esta perspectiva, otros tantos
recursos para facilitar la participación del conjunto de alumnos en el mayor
grado posible. También la posibilidad de recurrir a materiales de apoyo
diversos y con diversos formatos y niveles de dificultad puede ayudar a que un
alumno o grupo de alumnos dispongan de más instrumentos para participar
efectivamente en las actividades y tareas del aula. Algo parecido ocurre con el
establecimiento de normas o criterios de organización del aula que fomenten que
los alumnos puedan hacer preguntas o plantear cuestiones, que permitan sus
puntos de vista alternativos o que estimulen sus propuestas de temas o núcleos
de interés particulares. En el mismo sentido, resultan relevantes algunas
actuaciones concretas del profesor en el desarrollo habitual de la clase;
aceptar una contribución de un alumno, aunque esté expresada de manera poco
clara o parcialmente incorrecta, estimular específicamente la participación de
aquellos que tienen menos tendencia espontánea a intervenir, ofrecer espacios
de trabajo en pequeño grupo o buscar la relación y el contacto personal con
algunos alumnos en momentos puntuales . . . son algunos ejemplos. Para que sea
posible crear ZDP y avanzar en ellas no basta con cuidar los aspectos más
estrictamente cognoscitivos e intelectuales de la interacción, sino también los
de carácter relacional, afectivo y emocional. Dado que el capítulo segundo de
este libro se ha dedicado de manera particular a estas cuestiones, no vamos a
detenernos prácticamente en ellas. Tan sólo quisiéramos apuntar, de manera específica,
dos consideraciones. La primera es que la construcción de un clima afectivo y
relacional adecuado es tan absolutamente central para la posibilidad de
existencia de ZDP que justifica sobradamente el hecho de que, en determinadas
situaciones en que su ausencia es especialmente clara y marcada, pueda
considerarse como núcleo básico inicial del trabajo educativo. Delante de un
grupo de alumnos que se sienten poco competentes para el aprendizaje escolar,
que tienen una amplia historia de fracaso, que no muestran interés por lo que
la escuela puede ofrecerles, buscar la conexión afectiva y emocional que sirva
de soporte a los aspectos más estrictamente cognoscitivos del aprendizaje puede
transformarse en una tarea prioritaria para el profesor y para el grupo clase.
Por lo demás, y es la segunda
consideración que queríamos realizar, actuar de esta manera no tiene por qué
suponer estar olvidando los contenidos curriculares. La presencia de los
contenidos de actitudes, valores y normas en el currículum en pie de igualdad
con los restantes tipos de contenidos, y el hecho de que es a través de la
enseñanza de estos contenidos como puede avanzarse hacia el tipo de clima
afectivo y relacional al que nos estamos refiriendo, hace que un equipo de
profesores pueda adoptar (sin renunciar a las intenciones y capacidades
presentes en el currículum) un proyecto de trabajo que tome como eje
fundamental la enseñanza y el aprendizaje precisamente de determinadas normas,
actitudes y valores. A este respecto, toman aquí pleno sentido las
consideraciones apuntadas en el capítulo tercero sobre lo que significa
aprender y enseñar este tipo de contenidos. 4. Introducir, en la medida de lo
posible, modificaciones y ajustes específicos tanto en la programación más
amplia como en el desarrollo «sobre la marcha» de la propia actuación en
función de la información obtenida a partir de las actuaciones y productos
parciales realizados por los alumnos Un rasgo esencial del soporte y la
asistencia en la ZDP es el hecho de que incluye un componente imprescindible de
seguimiento por parte del participante más competente de las actuaciones del o
de los participantes menos competentes y de variación de la propia intervención
a partir de la información obtenida en ese seguimiento. Ello otorga a la ayuda
en la ZDP un carácter necesariamente dinámico y cambiante, móvil y variable,
pero donde la variabilidad no se produce en absoluto al azar, sino de manera
sistemáticamente vinculada a las actuaciones del que aprende. Desde el punto de
vista de la actuación del profesor, esta variación puede y debe introducirse al
menos a tres niveles. Por un lado, a través de la introducción de los ajustes y
modificaciones necesarios en el desarrollo de una actividad o tarea concreta:
frenar o acelerar una explicación, modificar el orden inicialmente previsto de
exposición si una pregunta de los alumnos da pie para hacerlo, ampliar o
reducir el tiempo inicialmente previsto para una tarea, aprovechar una
intervención relevante en un debate o discusión para introducir elementos o
relaciones inicialmente no previstos, corregir en público un ejercicio que no
se pensaba hacer si los alumnos presentan más problemas de los esperados . . .
Por otro, a través de ajustes en la planificación inicial global para una
unidad didáctica, tema o lección: ampliar el número de actividades inicialmente
previstas, reforzar determinados aspectos trabajados, dedicar una o dos
sesiones más a un contenido, añadir un determinado material complementario . .
. si los alumnos presentan dificultades imprevistas; introducir material de
ampliación, sugerir tareas más abiertas y de aplicación a nuevas situaciones,
exigir mayor precisión o amplitud en lo ya realizado, reducir la duración
inicialmente asignada a la tarea . . . si los alumnos responden de manera más
favorable de lo inicialmente previsto. Por último, incorporando a la
planificación de temas, unidades o lecciones siguientes las consecuencias
extraídas de la observación y valoración de las anteriores: aprovechar un
contenido que ha resultado particularmente bien aprendido o especialmente
interesante para los alumnos como punto de partida para clases siguientes;
retomar contenidos anteriores o incorporar elementos de síntesis o de relación
con lo anterior si parece que han quedado dudas y elementos poco claros; volver
a emplear tipos de actividades y tareas ante las que los alumnos se hayan
mostrado especialmente motivados o que les hayan ayudado particularmente a
aprender; presentar de manera distinta consignas o elementos que hayan creado especiales
dificultades o problemas de comprensión, incorporar nuevos tipos de
actividades, recursos o formas de organización del aula y de los alumnos si los
inicialmente intentados no han dado los resultados esperados . . . Todo ello
implica una actitud constante de observación y sensibilidad ante lo que están
haciendo o diciendo los alumnos. Una actitud, por un lado, que interprete esas
actuaciones como indicadores del estado en que se encuentran en su proceso de
aprendizaje y de los elementos que les están resultando de mayor ayuda o de
mayor dificultad en él. Y, por otro, que se apoye, al menos en determinados
momentos, en instrumentos concretos que sirvan de ayuda al profesor, tanto para
la obtención de la información necesaria (pautas de observación para aplicar en
una sesión o a unos alumnos concretos, criterios explícitos y sistemáticos de
evaluación de los productos intermedios que van elaborando los alumnos en el
proceso de aprendizaje, diseño de situaciones en que el profesor pueda
dedicarse explícitamente a observar los procesos que realizan los alumnos,
momentos de intercambio puntual con un alumno o un pequeño grupo de alumnos . .
. ) como para su registro y almacenamiento (diario de clase, registro personal
del alumno, ficha de seguimiento, banco de datos sobre actividades y tareas . .
. ). Esta actitud de constante evaluación y ajuste no es contraria, sin
embargo, a la planificación detallada de lo que se quiere realizar y a la
explicitación precisa de los objetivos. Más bien al contrario, esa planificación
y explicitación es de alguna manera el requisito imprescindible para ese ajuste
continuado. Por un lado, porque solamente si el profesor tiene muy claros los
objetivos que pretende y el lugar al que quiere llegar será capaz de que las
adaptaciones realizadas «a remolque» de lo que hagan los alumnos no supongan la
pérdida de la orientación del proceso y cumplan efectivamente su misión de
favorecer el aprendizaje deseado. Y, por otro, porque sólo cuando el profesor
tiene muy claro (y lo comunica a los alumnos) qué es lo que los alumnos y él
mismo tienen que estar haciendo en cada momento y cómo se espera que lo hagan,
es cuando la situación de clase funciona con la fluidez suficiente como para
que sea posible dedicar tiempo y capacidad a la tarea de evaluar y observar el
proceso que se está desarrollando; de lo contrario, la tremenda complejidad de
la vida en el aula provoca que todos los recursos del profesor tengan que
dedicarse, precisamente, a intentar lograr esa mínima fluidez necesaria para que
la situación no se bloquee…”
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