PEDAGOGIA Y FRANKENSTEIN...

 



El currículo del nadador.

Supongamos que es preciso elaborar un currículo para que alguien aprenda a nadar. Es decir, imaginemos que hay que diseñar un conjunto de enseñanzas para conseguir un magnífico nadador. Puestos a la tarea, y después de mucho discurrir, decidimos que es necesario enseñar a esa persona Química del agua (ya que tiene que sumergirse y moverse en ella). Tendrá que saber cuáles son las valencias del agua, sus diferentes estados y propiedades... También tendrá que estudiar Historia de la navegación (puesto que habrá de surcar las aguas rompiendo con los brazos y las piernas la tersura de la superficie). ¿Cómo no exigir que estudie Geografía de las aguas sobre el planeta? Deberá saber con exactitud los afluentes de los ríos por sus márgenes, la diferencia de los conceptos mar y océano, la ubicación de los lagos más importantes... Será imprescindible que conozca la Historia de los campeones olímpicos de natación (fechas de nacimiento, muerte y efemérides más importantes de su vida), puesto que ellos han marcado la pauta en esa actividad deportiva. No podremos dejar al margen una materia sobre las Marcas olímpicas y otra sobre los Estilos de natación. El aprendiz tendrá que conocer las nociones básicas de Economía de la natación (costo de piscina por usuario, rentabilidad de los campeonatos de natación...).

Puesto que ha de mover músculos de forma coordinada, deberá conocer el estudiante las principales nociones de Anatomía del nadador. Cada materia valdrá tres créditos. Y como la práctica resulta importante habrá que añadir a la dimensión teórica del currículo un componente práctico compuesto de las siguientes materias: Análisis crítico de un vídeo de Marc Spitz sobre el que el estudiante tendrá que elaborar un trabajo de doscientos folios. Deberá hacer ejercicios de observación sistemática de nadadores y, finalmente, realizar entrevistas semiestructuradas a especialistas en natación. Cada una de estas materias valdrá cinco créditos. Una vez obtenido el aprobado en todas ellas, conduciremos al experto a un mar agitado y le invitaremos a lanzarse tranquilamente al agua, ya que su diploma acredita que podrá nadar sin dificultad. Imaginemos la cara de estupor de esta persona cuando vea las olas embravecidas. Lo más probable es que pida un puesto para poder explicar en tierra firme a otras personas el currículo del nadador. Pero, como allí no hay sitio ya (porque esos puestos son pocos y están muy cotizados), tendrá que volver inevitablemente al mar y lanzarse al agua.

Después de una angustiosa y agitada serie de manotazos, morirá ahogado. Como los cadáveres psicológicos no huelen y se mueven, nadie se percatará del accidente. Esa persona arrastrará al fondo a quienes están a su lado y los convertirá también en cadáveres (serán personas con la ilusión muerta, con la esperanza destrozada, con el ansia de saber destruida...). Me estoy refiriendo con esta metáfora al componente práctico de la formación de los maestros y maestras. Nadie dirá que la tarea docente es de escasa importancia y valor. Nadie. A políticos, teóricos, profesionales y ciudadanos en general se nos llenará la boca de frases alabando la trascendencia de la función docente. El problema está en la traducción de esa importancia teórica en la organización del currículo, en la duración de la carrera (ahora de tres años solamente), en el dinero que cuesta su formación... Las prácticas resultan caras porque no se pueden hacer en grupos de cien, de doscientos, de mil (¡si se pudiera!)... Las prácticas deben realizarse de manera individualizada o en grupos muy reducidos, y eso es caro. Resulta patético ver nuestras aulas con grupos de ciento cincuenta o más alumnos y alumnas si se piensa que tienen que aprender inglés, francés, música, educación física... Para mejorar esa tarea creo que lo más que se puede hacer es perfeccionar la megafonía. Las prácticas tienen, desde mi punto de vista y entre otras muchas, tres grandes dimensiones: Una se refiere a su configuración dentro del currículo (su duración, su estructuración, su secuencia, su relación con la teoría...). Reducir la dimensión práctica o minusvalorarla conlleva un inevitable detrimento de la formación de los profesionales. La segunda dimensión radica en la imprescindible colaboración que se requiere de los maestros y maestras en ejercicio. ¿Cómo se puede pedir a estos profesionales que se responsabilicen gratuitamente de 27 de los 32 créditos de prácticas (ahorro de la universidad) que tienen los títulos de maestro? ¿Cómo se les puede pedir que atiendan, que ayuden, que enseñen, que evalúen por un exclusivo motivo de ilusión y entusiasmo?

Los estudiantes soportan con actitud estoica el atropello de quedarse sin prácticas, de no tener un lugar para realizarlas o de hacerlas de cualquier modo. Las necesitan. Las han pagado. Son un derecho, pero también una obligación. Digo que son una obligación porque existe el peligro de que algunos estudiantes den por bien solucionado el problema si consiguen aprobarlas sin hacerlas. Y eso es también un fraude a la sociedad. Algunos, afortunadamente, están dando la batalla y tratando de conseguir para todos algo que es de razón y de justicia. La tercera dimensión se refiere a la forma de atender las prácticas. Si da igual quién las realice, quién las dirija y cómo se lleven a cabo, se menosprecia su valor en la formación de maestros. Y, por consiguiente, la función que éstos realizan. No basta con tener muchos créditos de prácticas, ni siquiera con disponer de lugares adecuados para hacerlas.

El problema reside en la forma en que se llevan a cabo. Si no queremos que se ahoguen quienes han de nadar en aguas turbulentas (no en piscinas apacibles) tendremos que facilitarles unas prácticas de natación bien organizadas, largas en duración, progresivas en complejidad y tutorizadas por especialistas y no por aficionados que sólo han visto el mar en un atlas o en la pantalla de la televisión.

(Sur, 5 de noviembre de 1997)

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