LEYENDO A JACKSON...

 



… “¿Cómo averigua el docente si sus alumnos están aprendiendo lo que deben? Mis observaciones de docentes revelan que hay cuatro estrategias bien definidas para disipar la incertidumbre pedagógica, al menos en lo que concierne al contenido sustancial de lo que se está enseñando. Es probable que no todos utilicen las cuatro, y los pocos docentes que sólo son responsables indirectos de lo que se aprende —como los conferencistas de radio o televisión— tal vez no usen ninguna. Dejando de lado esas excepciones, creo que las cuatro estrategias son lo bastante corriente como para que casi todos los docentes, y probablemente también la mayoría de los legos, las reconozcan de inmediato. Las primeras tres se aplican mientras se está enseñando. La cuarta se utiliza antes o después, cuando la enseñanza aún no se ha iniciado o cuando se ha interrumpido en forma temporaria o permanente.

La menos formal e invasora de estas cuatro maneras de investigar lo que está ocurriendo en el aula consiste en recorrer el salón con la vista en busca de señales que indiquen si los alumnos entienden o no lo que se les está enseñando. Esta forma de inspección visual es más notoria cuando el docente está dictando clase o coordinando un debate, aunque también puede darse mientras supervisa lo que hacen los alumnos en sus pupitres o en un momento de estudio. En estas ocasiones, el docente busca signos espontáneos de comprensión o interés, o la ausencia de esos signos, es decir, el tipo de cosas que transmiten las expresiones faciales y las posturas corporales de los alumnos. Entre ellos se incluyen asentir con la cabeza, sonreír, fruncir el ceño, levantar las cejas, rascarse la cabeza, golpetear la mesa con los dedos, bajar los párpados y otros más, que dicen mucho sobre cómo nos impresionan las cosas, si nos gustan o no. También hay indicios menos evidentes, que suelen englobarse bajo el nombre de «lenguaje corporal», cuyo significado a menudo desciframos sin darnos cuenta. Una forma coloquial de describir lo que sucede durante este tipo de búsqueda visual sería decir que los docentes, mediante este comportamiento, tratan de averiguar si los alumnos están o no con ellos, si están siguiéndolos en su comprensión. Si no es así, se dice que los alumnos están distraídos o desorientados, una condición que exige hacer algo para remediarla. Vale la pena señalar, de pasada, la naturaleza recíproca de este proceso. Aunque el propósito principal de la inspección visual del docente es obtener información sobre el grado en que los alumnos entienden lo que se les está enseñando, esa inspección cumple asimismo otra función. Sirve de advertencia para que los alumnos recuerden que deben mantenerse atentos y alertas. Así, mediante el simple procedimiento de mirar a su alrededor, el docente crea las condiciones necesarias para concretar lo que a veces se llama una profecía autocumplida.

La segunda estrategia para averiguar si los alumnos entienden lo que se les enseña es tan común como la primera, aunque mucho menos fácil de observar. No es visible como las sonrisas y los ceños fruncidos, porque tiene que ver más con la «atmósfera del aula» —algo que lleva tiempo establecer— que con cualquier cosa que diga o haga el docente en una clase dada. El tipo de «atmósfera» al que nos referimos es el que hace posible que los alumnos no tengan temor de admitir su ignorancia y dejar ver al docente y a sus compañeros que no saben o no pueden hacer algo. ¿Cómo se crea esa atmósfera? A través de una invitación, para empezar. Se invita a los alumnos a levantar la mano o a acercarse al escritorio del docente cuando tienen alguna dificultad. Para que la invitación sea sincera, los testimonios de los alumnos deberán tratarse con simpatía y comprensión. Sólo así los alumnos sabrán que es aceptable no saber. Y sólo entonces podrá esperarse que revelen voluntariamente su ignorancia. Dado que la práctica de levantar la mano para pedir ayuda al docente se ha vuelto habitual en la mayoría de las aulas, en general no es necesario cumplir con la formalidad de presentarla como una regla a seguir. (Por el contrario, los alumnos suelen ser tan propensos a levantar la mano que a veces el docente debe frenarlos o detenerlos, pidiéndoles que posterguen sus preguntas hasta el final de la clase o hasta que se produzca naturalmente una pausa.) Pero ya sea que se la presente o no formalmente, esta segunda estrategia para determinar cómo asimilan los alumnos la lección es, como la primera, una muestra de sentido común. No exige nada más complicado o inusual que asegurarse de que los alumnos sepan que pueden pedir ayuda cuando tienen dificultades.

Una tercera técnica habitual para averiguar si los alumnos comprenden lo que se les está enseñando consiste en interrogarlos directamente durante la clase. Las preguntas a tal efecto pueden variar mucho, sobre todo en su grado de precisión, tanto con respecto al contenido como a la identificación de la persona o las personas a quienes van dirigidas. En un extremo están las preguntas muy generales que no se dirigen a nadie en particular. A menudo constan de una o dos palabras, como «¿Entienden?» o «¿Está claro?». Por lo general, no requieren más que un gesto de asentimiento como respuesta. (Algunos docentes usan esta técnica de interrogación con tanta frecuencia que ni siquiera se dan cuenta de que la están empleando, y he visto a más de uno interrogar a sus alumnos con un «¿Sí?» o «¿Lo comprenden?» mientras escribía en el pizarrón, de espaldas a la clase. Varios alumnos asentían a cada pregunta, pero el docente no veía sus gestos porque seguía frente al pizarrón mientras exponía el tema.) En el otro extremo se encuentran las preguntas muy específicas, dirigidas a determinados alumnos, que son mucho más interesantes desde el punto de vista pedagógico. Por lo común se pide a un alumno que exponga lo que ha aprendido sobre algún tema o demuestre el dominio de alguna destreza al ejecutarlo. Estas preguntas puntuales no pueden ser ignoradas o «evadidas» como las más vagas y generales del otro extremo. Por consiguiente, si el alumno no sabe la respuesta o no puede llevar a cabo el ejercicio como se le pide, no le queda más alternativa que revelar su ignorancia al docente y, cuando la pregunta se hizo en público, también a sus compañeros de clase.

El cuarto procedimiento para averiguar qué han aprendido los alumnos es el más formal de todos. Se aplica fuera del tiempo de enseñanza, como se dijo, y consiste en tomar pruebas, exámenes, cuestionarios y una serie de actividades conexas. Además de las pruebas escritas ordinarias, esto incluye exámenes al término de un período, exámenes orales, informes sobre proyectos realizados, exposiciones y otros diversos medios que permiten a los alumnos, o más habitualmente les exigen, mostrar los conocimientos y destrezas recién adquiridos. Como estas actividades normalmente se realizan después de una serie de lecciones regulares, tienen una apariencia concluyente de la que carecen los otros tres métodos menos formales que hemos descripto.

Estos son, entonces, cuatro procedimientos que los docentes suelen usar para realizar la complicada tarea de averiguar qué está pasando o qué ha pasado en la cabeza o la mente de sus alumnos. Puede haber otros métodos igualmente comunes, pero no estoy familiarizado con ellos. Los mencionados conforman, por lo tanto, lo que considero un cuarteto de estrategias «clásicas» mediante las cuales los docentes procuran reducir las incertidumbres que enfrentan, al menos las relativas a lo que los alumnos saben o no saben. Recapitulando, las cuatro técnicas son:

1. Observar a los alumnos en busca de signos visuales y auditivos de participación.

2. Tomar medidas para que los alumnos estén dispuestos a admitir sus dificultades.

3. Hacer preguntas durante la presentación de un tema para comprobar el grado de comprensión.

4. Tomar pruebas para verificar la adquisición y retención de conocimientos y destrezas una vez concluida o temporalmente interrumpida la enseñanza.

El éxito de estos procedimientos dependerá, como es lógico, de la habilidad y la coherencia con que se los emplee. Algunos docentes los usan mejor que otros, sin duda. Algunas situaciones de enseñanza se prestan más que otras a su aplicación. Cada uno de ellos podrá contribuir a aminorar de algún modo la incertidumbre del docente, pero ninguno la eliminará por completo…”

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