LA TRANSMISION EN EL CAMPO PEDAGÓGICO...

 



La cuestión de la transmisión se encuentra en el centro de la problemática educativa (no sólo escolar) y a su vez, en el eje de la vida y del tejido social, en tanto condición de construcción, inscripción e identidad cultural. Partiendo de esta aproximación, trabajamos la temática a partir de los siguientes interrogantes: ¿Cuáles son los sentidos otorgados al concepto de transmisión en el campo pedagógico? ¿Qué pueden aportar otros campos al tema en discusión? ¿Cuál es la relación entre transmisión y educación? Es necesario problematizar teóricamente algunas nociones que posibilitaron despojar al término transmisión de su connotación negativa, y que habilitaron su resignificación generando implicancias en el campo pedagógico. Reflexionar sobre la transmisión en la acción de educar.  Vincular los procesos de transmisión con la noción de educabilidad en tanto característica distintiva del ser humano. Resignificar el término en el campo pedagógico posibilita pensar una transmisión que da lugar a la construcción por parte de los sujetos de sus propios recorridos. En esta perspectiva, educar es fundamentalmente, crear condiciones para la filiación simbólica del sujeto, mediante la transmisión de la herencia cultural, dejando lugar a la opción de resignificar lo recibido, a la variación, en ejercicio de la libertad del otro.

La idea de transmisión se inscribe entre las definiciones básicas de la educación, la cual ha sido puesta en tela de juicio por la pedagogía, hasta el límite del desprestigio. Su utilización habitual en educación aparece ligada a la repetición irreflexiva, a la reproducción de modelos de saber y de autoridad. Diversos autores discuten con los postulados de la pedagogía moderna, cuyo mandato central se basa, en palabras de Philippe Meireiu (1998), en la “fabricación del otro”. La concepción de educación moderna se caracteriza por ser mecánica y plantea el rol del educador como poseedor del saber, “pasador” de este saber a los educandos, de quienes se espera una recepción lineal de lo transmitido. Estos postulados, en función de sus revisiones y cuestionamientos, podrían ser relacionados con la resignificación del término transmisión presente en los debates actuales del campo pedagógico.

Asimismo, se considera que estas discusiones tuvieron implicancias en las formas de concebir los procesos educativos. Entre algunas de las implicancias podemos señalar, siguiendo a Meirieu, que la educación comprende la posibilidad de una transmisión en la que, de modo constitutivo, y no accidentalmente, deje lugar para que los otros construyan sus propios recorridos. En este sentido, la enseñanza comprende una lógica diferente a la que preside el aprendizaje: enseñar es exponer lo que se ha descubierto, son reconstrucciones a posteriori; aprender es tomar información del entorno en función de un proyecto personal. En concordancia con Meirieu (1998), entendemos que todo aprendizaje supone una decisión personal irreductible del que aprende.

El trabajo educativo puede ser comprendido como un acto de poder capaz de instituir algo nuevo. Así, el sentido de educar es fundamentalmente el de crear condiciones para la filiación simbólica del sujeto, mediante la distribución de una herencia cultural, dejando lugar a la opción de resignificar lo recibido, a la variación, en ejercicio de la libertad del otro (Paso, 2013). En línea con lo anterior, y desde una perspectiva filosófica, Hannah Arendt (2005) sostiene que la esencia de la educación es la natalidad, la cual refiere a la capacidad humana de renovación que se lleva continuamente a cabo a través de los “recién llegados”, o simplemente, de los nuevos. Sostiene Arendt que, con cada nacimiento, el recién llegado ejerce su capacidad de actuar, de empezar algo nuevo. De este modo, actuar –en su sentido más general- significa tomar una iniciativa, comenzar, poner algo en movimiento. Ahora bien, el “recién llegado” ha nacido en un mundo preexistente que no conoce, y son los adultos los que tienen la responsabilidad de introducir al joven al mundo (la familia, la escuela). De este modo, el sujeto de la educación es nuevo en un mundo viejo y, por medio de la educación se perpetúa el mundo a la vez que se brindan las posibilidades de su transformación por la introducción de los recién llegados. Se encuentra en el pensamiento arendtiano tanto las ideas de conservación y continuidad como de cambio y discontinuidad para analizar los procesos educativos, en tanto que conserva a los nuevos y los introduce como novedad en un mundo viejo. Otra de las implicancias, ligada con la anterior, podría referir a las ideas de contingencia e indeterminación en los procesos formativos desarrolladas por Estanislao Antelo (2005) a partir de definir la educación como “experiencia incalculable”, donde “lo incalculable es el encuentro con el otro. (…) Es decir, la intervención sobre el otro se ejecuta a condición de no poder saber nada, a priori, acerca del resultado final” (p. 174). Se considera que los resultados de una acción (indeterminados) y las capacidades humanas conforman lo imprevisible de la acción humana. En este sentido, Arendt (2005) manifiesta que: “el hecho de que el hombre sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo infinitamente improbable” (p. 206). Por su parte, la actualidad del término transmisión remite también a la noción de influencia. Según Antelo (2005), aunque las intenciones de ejercer influencias sobre un sujeto a quien suponemos educable son inconmensurables, la acción educativa implica indefectiblemente la imposibilidad de establecer cuáles serán los resultados. Meireiu (1998) se pregunta "¿qué educador no ha descubierto, cierto día, que, más allá de los infrecuentes momentos de 'éxtasis', no se ha conseguido nada definitivo?" (p. 33); más adelante afirma que “sólo el sujeto puede decidir aprender”, y plantea como desafío admitir el “no-poder del educador” (p. 77). El autor introduce el problema de la libertad y la transmisión en los procesos educativos. La relación que se propone es entonces la de una filiación despojada de todo intento de posesión, de fabricación. La filiación entre las generaciones es condición de la conformación de la identidad del nuevo ser. Por el contrario, la posesión implica su anulación. Educar es, por lo tanto, una experiencia cuyo valor radica justamente en la libertad que tiene el educando de decidir si desea o no participar en el intercambio, en su derecho a la abstención o a la indiferencia. Este carácter inesperado que involucra el encuentro pedagógico, abre diversas posibilidades, más allá de las esperadas por el educador, dando cuenta de la potencialidad educativa de los procesos de transmisión. De esta manera, y en oposición a la fantasía de la fabricación, creemos que la transmisión de saberes no se realiza nunca de modo mecánico, sino que supone una reconstrucción por parte del sujeto. Como hemos visto, el acto de transmisión no condena a un sujeto a la repetición sino más bien lo habilita a transformar lo recibido, operando tanto en el registro subjetivo como en la escala de la cultura, capturando a la vez la dinámica de la conservación y del cambio en la genealogía individual y social. Las dos acepciones de educar con las que se define a la pedagogía, presentes en el epígrafe que encabeza este apartado, pueden dar cuenta de la reflexión que nos propusimos desarrollar.  Educar es imposible si se pretende fabricar al otro, ahora bien, en ese mismo intento estamos educando en tanto intentamos transmitir algo, aunque no podamos saber cuáles serán los resultados. La potencialidad de esta transmisión es que, a la vez que constituye una puerta de entrada para la inscripción de los sujetos en el orden social y cultural, abre a nuevas posibilidades, a la invención, a la novedad, a la transformación de este orden.

FUENTE: Journal for Educators, Teachers and Trainers JETT, Vol. 5 (2); ISSN: 1989-9572

 

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