¿PENSAR LA EVALUACIÓN A LA HORA DE PLANIFICAR?

 

Si bien este es el momento de planificar, es el mejor para pensar en la recolección de evidencias de aprendizaje durante el año. Es bueno preguntarse ahora, como lo propone el documento de Las preguntas educativas del mes de febrero… ¿cómo generar instancias de retroalimentación que ayuden a los estudiantes a aprender? ¿Qué tipo de interacciones favorecen la mejora de sus aprendizajes? ¿Qué estrategias se pueden implementar para establecer diálogos formativos entre docentes y estudiantes?

William (2011) advierte que en la última década habría un desplazamiento del concepto de “evaluación formativa” hacia el de “evaluación para el aprendizaje”. Esta transición complejiza el término, ampliando su significado, orientado hacia una concepción de la evaluación como proceso continuo de retroalimentación para docentes y estudiantes (Anijovich y Cappelletti, 2017). Debido a ello, muchos de los estudios teóricos e investigaciones empíricas suelen utilizarlos como sinónimos.  Estos son tiempos de cambio, de diversidad e inclusión. Y aunque deseamos reflejarlo en el lenguaje, también queremos alejarnos de la reiteración que supone llenar todo el documento de referencias al género masculino y femenino. Por ello a veces se incluyen expresiones como “los y las”, “alumnos y alumnas” y otras veces se utiliza el masculino entendido como inclusivo del femenino o algún genérico como profesorado o alumnado.

La retroalimentación en el marco de la evaluación formativa Ravela (2015) advierte que para la evaluación formativa son indispensables dos elementos: una buena explicación de qué es lo que se espera que el estudiante logre y una buena devolución a lo largo del proceso de trabajo para alcanzar dichos objetivos. La retroalimentación ocupa, entonces, un lugar central en el marco de este paradigma. El término retroalimentación, también denominado devolución –en ambos casos en referencia al concepto de feedback- proviene del campo de la ingeniería de sistemas y en el ámbito educativo admite una variedad de acepciones. Mientras que corrientes cognitivistas denominan retroalimentación a la transmisión de información, las perspectivas más socioconstructivistas la definen como las instancias de intervención dialógicas que contribuyen al desarrollo de los aprendizajes de los estudiantes (Anijovich y Cappelletti, 2020). Lejos de subrayar los errores en color rojo o marcar con un simple signo de “visto”, la retroalimentación, desde el enfoque formativo de la evaluación, contempla instancias en las que se ofrecen valoraciones, se formulan preguntas, se brindan sugerencias, y se concibe al error como un recurso que puede utilizarse para reflexionar sobre el propio recorrido. Shute (2008) añade que una retroalimentación es formativa en la medida en que es puntual, específica y le proporciona a quien la recibe información útil que le ayuda a modificar los procesos de pensamiento y a avanzar en sus aprendizajes.

Se trata de que los estudiantes asuman un rol protagonista en el que, en lugar de ser meros receptores de una devolución, se encuentren implicados en el proceso, y reflexionen sobre sus producciones y aprendizajes. Las prácticas de retroalimentación son muy diversas y pueden realizarse en diferentes formatos: oral, escrito, mediante el uso de videos, entre otros. En algunos casos están a cargo del docente, mientras que en otros se realizan entre pares, con uno mismo, o con actores especialmente convocados (familias, estudiantes de otros años, etc.). Para organizar estos diálogos reflexivos, suele recurrirse al uso de protocolos: secuencias breves con pasos ordenados y estructurados que permiten ofrecer la retroalimentación haciendo uso efectivo del tiempo. Actualmente se pueden encontrar diversos tipos de protocolos que se focalizan en aspectos diversos de los desempeños o las producciones de los estudiantes (Anijovich y Cappelletti, 2017; Furman, 2021).   Si bien cada uno tiene su especificidad, en términos generales, los protocolos invitan a quien evalúa -ya sea el docente, un compañero o el propio alumno- a reflexionar acerca de los diferentes aspectos de su trabajo y sus aprendizajes. Muchos de ellos plantean la identificación de debilidades y fortalezas, la formulación de preguntas reflexivas y metacognitivas, o bien la descripción valorativa de los aprendizajes y los logros del alumno.

Continuaremos!!!


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