LA PRÁCTICA ARTESANAL DEL DOCENTE...
Hoy por hoy, no hay una única manera de enseñar nada a nadie. A
veces los profesorados han enseñado que hay determinadas maneras o formas
específicas de enseñar determinados temas o contenidos. Y luego, cuando el
docente va a su clase, aplica aquello que aprendió. Hoy, dada la complejidad
que tienen las instituciones, por más que queramos aplicar, nos daremos cuenta
de que la realidad nos dice otra cosa. Por ahí esas maneras de enseñar no son
lo suficientemente atractivas o convocantes como para que esos otros y otras
que están en situación de aprender se enganchen, se interesen y entren a formar
parte de esa relación que en definitiva es la que conecta la enseñanza con el
aprendizaje.
Apelando a los conocimientos, las
teorías, las técnicas y las experiencias, los docentes tenemos que aprender a crear enseñanzas, a
probarlas, a recrearlas en situación, a volver sobre ellas una vez que las
hemos desarrollado para enriquecerlas, para embellecerlas, como diría Gabriela
Mistral. Esto nos posiciona a los docentes como artífices y productores de
nuestro propio trabajo.
La idea de artesanía comprende distintos oficios.
Ahí tomo a Richard Sennett, que habla
justamente de la artesanía como un trabajo desarrollado en alto grado y
protagonizado por aquel que lo realiza. Esa concepción pone el acento en el
protagonismo que cobran los
docentes como productores, como generadores de enseñanza. Eso pone en valor aquello que podemos llegar a producir.
Esta particularidad de nuestro oficio, que hoy se ve exacerbada, nos enriquece
como personas. Y también enriquece aquello que estamos generando, nuestras “obras de enseñanza”, que luego pondremos a disposición de los sujetos con
quienes nos toque trabajar. La pandemia puso en evidencia la dimensión creadora
de nuestro oficio. Todos los docentes nos hemos sentido más artesanos e
inventores que nunca. De repente tuvimos que enseñar en condiciones absolutamente
inéditas. Algo de esto que se vio exacerbado con la pandemia, lo inédito y lo inesperado, creo que es una característica de la enseñanza de los
últimos tiempos, que la pandemia no hizo más que evidenciar.
Hoy el oficio de enseñar no
puede ser concebido desde la individualidad: ese
docente que cerraba la puerta del aula y hacía lo que quería. Muchas veces, si
el docente intenta hacer lo que quiere, los otros pueden hacer lo que quieren
con él. El docente puede sentirse muchas veces sobrepasado o sobredemandado,
precisamente por la complejidad de las situaciones que tiene que afrontar. Para
mí el otro componente fundamental, junto con la creatividad, es concebir al
trabajo docente ya no desde lo individual, sino en su dimensión colectiva, como
un trabajo que se comparte con otros y con otras.
Muchas veces ese colectivo es el que
comparte una misma institución. Desde allí, entonces, nos posicionamos como
creadores y productores de enseñanza. Docentes que pensamos juntos, que producimos distintas obras
juntos, que a lo mejor identificamos problemas
comunes. Esa dimensión colaborativa, solidaria, de nuestro trabajo también es
hoy una necesidad. Hoy necesitamos de colegas, necesitamos pensar mucho para
afrontar los desafíos que la enseñanza tiene. En ese pensamiento y en ese hacer
compartido, enriquecemos aquello que podemos llegar a producir juntos y juntas,
como también nos enriquecemos nosotros mismos, porque en esos procesos seguimos
aprendiendo, nos seguimos formando. Eso es central para atender a la enseñanza
en tiempo presente, y con el escenario de pandemia resultó más que evidente.
Todo lo que aprendimos, lo que creamos,
lo que pensamos en estos momentos de excepcionalidad, sería muy importante que
pudiéramos capitalizarlo para el
porvenir. Estas experiencias tienen que ser
tomadas y capitalizadas para nuestras enseñanzas futuras.
Hay condiciones materiales o simbólicas que pueden jugar a
favor o en contra. Por supuesto, hay determinadas condiciones de trabajo que
están más ligadas al formato de la escuela moderna: dividir individualmente a
los docentes, fragmentar los conocimientos. Estos aspectos vienen a contramano de lo que
implica la enseñanza hoy. Creo que hay que luchar por mejores condiciones de
trabajo. Pero también, mientras vamos desarrollando nuestra tarea, es mucho lo
que podemos hacer a partir de cómo nos vamos organizando cotidianamente. Aquí
cobran protagonismo las instituciones, los directivos. Hay una dimensión hoy de
la organización de las instituciones que es muy importante para posibilitar que
algo de esto acontezca. Y también atrevernos a hacer otras cosas, aun en los
tiempos y espacios en los que estemos trabajando. Siempre una mejora en las
condiciones materiales es necesaria porque ayuda, facilita y genera mejores
escenarios para que estos procesos puedan desarrollarse más plenamente.
Muchas veces como adultos y como docentes partimos de cierta
mirada negativa sobre quienes tenemos que educar. Todo acto educativo es un
acto que aspira a cierta transformación de las personas. Entonces cuando
partimos de ciertas concepciones negativas, y etiquetamos a nuestros
estudiantes a partir de todo lo que no saben, no pueden, no les interesa… desde
ese lugar es muy difícil pensar en un proyecto pedagógico que pueda convocarlos
a aprender y formarse. ¿Qué es lo que sí pueden, qué les gusta, qué
les preocupa a quienes son hoy nuestros estudiantes? No para quedarnos ahí, sino para desde allí presentar
alguna propuesta que los desafíe a emprender una aventura de enseñanza y
formación.
Partimos de la idea de que tenemos que
formar docentes que sean creadores, productores de enseñanza. Entonces me
pregunté: ¿cómo se forman distintos oficios vinculados con la creación? ¿Cómo se aprende a crear? Indagué
sobre cómo se forma un escritor, y entre otros aspectos aparecía la imitación. La creación se aprende, y hay que poder
generar ciertas condiciones para que esto tenga chances de suceder. Los grandes
escritores muchas veces empezaban a escribir imitando a los grandes maestros
que ellos y ellas admiraban.
Comentarios
Publicar un comentario